miércoles, 24 de diciembre de 2014

CAPITULO 36




Me sorprende despertarme antes que Pedro. Tenemos que estar en yoga en una hora, pero no puedo resistir quedarme parada observándolo dormir.


La luz de la mañana entra en grandes cantidades, bañando el cuarto con su luz.


Amo su cuarto grande con sus muebles. La cama es enorme, las sábanas blancas de algodón egipcio son suaves contra mi piel. Pedro está acostado de espaldas, con una mano sobre su cabeza. Su rostro está suave en el sueño, la barba matutina es muy sexy a lo largo de su barbilla, y sus cabellos generalmente enredados, todavía más desordenados de lo normal.


¡Y me ama!


Voy hasta el baño, para responder al llamado de la naturaleza, y cuando vuelvo al cuarto, agarro las ropas dispersas, zapatos y los ganchos que dejé caer en el suelo con una sonrisa enorme estampada en mi rostro. Veo mi bolso recostado en una silla cerca de la ventana, y me hago una nota mental para agradecerle a Juana. Estoy feliz de encontrar mi ropa de yoga, otra muda de ropa limpia, ropa interior y productos de higiene personal, incluido un cepillo de dientes, todo nuevo, en la maleta.


Decido arreglar mis cosas, y dejar algunas mías aquí. Si él quiere que regrese, está bien. Si quiere que deje mis cosas aquí, está bien también. Añado mi cepillo de dientes y un desodorante en el armario del baño, y un jabón líquido y un champú en la ducha.


Juana debe haber hecho compras, antes de ayudarme, y no pretendo solo agradecerle mentalmente, pero sí sorprenderla con un tratamiento especial. Dejo las ropas en el bolso, pero agarro mis ropas de yoga y miro de vuelta hacia la cama. 


Pedro aún duerme, y todavía tenemos algo de tiempo, entonces lo dejo y bajo las escaleras para preparar café. Me muevo alrededor de su cocina, abriendo las puertas de los armarios, y finalmente localizo el café de máquina, veo cómo funciona, y lo dejo preparándose, mientras tomo algunas tazas.


Mientras espero que el café esté listo, abro la puerta francesa hacia la terraza y salgo para apreciar la hermosa vista del Puget Sound y respirar profundamente el aire fresco.


Es un día lindo. El cielo es de un azul brillante, con el sol de la mañana brillando sobre el agua azul profunda. El ferry se está deslizando con gracia hacia Bainbridge Island. Gaviotas vuelan sobre el agua, y la brisa sopla suavemente por mi cabello.


Es un día glorioso.


—Pensé que no eras una persona madrugadora.


Giro al sonido de su voz áspera, sexy. Me envuelve en sus brazos y me abraza.


—Buenos días, hermosa.


—Buenos días, cariño.


Inclinando la cabeza hacia tras, sonrío para él.


—Estoy haciendo café.


—Sentí el olor, gracias. ¿Por qué no me despertaste? —Besa mi cabeza y respira profundo.


—Te veías muy tranquilo, y no tenemos prisa.


—Arreglaste tus cosas. —Inclino mi cabeza contra su pecho, evitando su mirada.


—Sí, las puedo guardar nuevamente si prefieres que no deje mis cosas aquí.


Tira hacia atrás mi barbilla con los dedos y mi cabeza, juntando mis labios con los suyos, en un beso que hace que mis dedos se enrosquen.


—Me gusta tener tus cosas aquí. Déjalas.


—Está bien. —Sonrío tímidamente hacia él—. Vamos a tomar café.



***


—¿Estás listo? —Sonrío hacia Pedro, que ahora está vestido con anchos pantalones cortos de baloncesto negros y una camisa. Está fantástico.


—¿Cómo va a ser allí? —Parece nervioso y mi corazón se derrite.


—Vas a estar bien. Basta con recordar lo que dije, ve a tu propio ritmo y estírate solo hasta estar cómodo. No quiero que te lastimes.


—No me voy a lastimar.


—Está bien. —Sé que piensa que esto va a ser fácil. No tengo dudas de que está en perfecta condición física, pero el yoga es más exigente físicamente de lo que la mayoría de las personas imaginan.


Abro la puerta del estudio y lo llevo hacia dentro. Las ventanas de vidrio son color mate para que las personas que pasen por la calle no vean y se detengan para mirar aquí adentro. Hay espejos que cubren una pared entera con una barra montada enfrente, para la clase de ballet más tarde, y hay alfombras de yoga enrolladas y apiladas en una esquina.


Voy hasta el sistema de sonido y escojo una música tranquila.


—Bueno, vamos a tomar nuestras esteras. Los estudiantes llegarán pronto.


—¿Cuántas personas asisten a la clase? —Puedo sentir su inquietud por ser reconocido.


—Cerca de ocho o diez. Es una clase pequeña.


Asiente y extiende nuestras esteras enfrente de la clase y del espejo. Los alumnos entran y extienden sus esteras en todo el estudio. Ninguno le presta atención a Pedro y lo veo empezar a relajarse. Le sonrío, y me guiña un ojo.


—Bueno, estudiantes, vamos a comenzar.


Durante la siguiente hora llevé a la clase a hacer una serie de posiciones diferentes para complacer tanto al principiante como a los estudiantes con experiencia.


Normalmente me pierdo con la música y yoga fluye en sí, pero no puedo evitar distraerme con Pedro y su fuerte cuerpo. Es más flexible de lo que le di crédito y es gracioso. 


Observar su cuerpo tonificado flexionarse es una delicia. Me está observando, también, con más interés que el de solo imitar mis movimientos.


Cuando nuestros ojos se encuentran el calor es inconfundible y sé que estoy excitándolo con mi flexibilidad. No puedo esperar para hacer esto sola con él. Estoy en la posición de cuatro, y me volteo hacia la clase, atrapando los ojos de Pedro fijos en mi trasero. Sonrío. Finalmente, la clase termina y estoy tan excitada que no veo a las personas.


Finalmente todos los estudiantes se despiden y salen para continuar su día, y Pedro y yo estamos solos. Camina hasta la puerta y la atranca, haciendo mi corazón dar un giro en mi pecho.


—¿Hay otra clase aquí esta mañana? —pregunta.


—No, no hasta esta tarde —respondo.


—Bien.


—¿Qué te pareció? —pregunto.


—Creo... —comienza, mientras camina lentamente en mi dirección—, que eres la mujer más sexy que he visto en mi vida.


Sus ojos se estrechan y su rostro está serio, mientras se aproxima más a mí.


—Ah. —Intento reunir mi juicio—. ¿Entonces, pienso que te gustó?


—No tenía ni idea de que podías flexionar tanto ese pequeño cuerpo.


—Lo vengo haciendo hace un tiempo.


—Sí, lo veo. —Está finalmente de pie a menos de un metro de distancia de mí y llevo mi mano hasta su rostro.


—Estoy feliz de que estuvieras aquí. Fue un placer verte haciendo mi clase.


Sonríe, satisfecho conmigo, inclinándose hacia mi toque y cerrando los ojos por algunos momentos. Abre sus ojos azules, que ahora están como fuego. Santo infierno, adoro cuando me mira así.


Me empuja contra el espejo y aprieta mi rostro en sus manos, besándome como si su vida dependiera de eso. Me froto contra sus caderas y me entrego a su beso, sacando toda mi frustración de la última hora en este beso.


—Te quiero —murmura contra mis labios.


—Te quería toda la última hora. Estoy sorprendida de que fuera capaz de hablar durante la clase.


Sonríe contra mis labios.


—¿Vamos a sacar esto, no? —Saca mi top por mi cabeza, tirándolo al suelo, y, enseguida, arranca rápidamente mis pantalones y ropa interior. Le retribuyo el favor, despojándolo de las suyas, y me gira frente al espejo.


—Coloca las manos en la barra, bebé.


Obedezco feliz. Besa mi hombro y envuelve mis senos en sus manos, preocupándose con los pezones sensibles en sus dedos. Observando nuestro reflejo en el espejo, la electricidad va directa hasta mi ingle. Sus grandes manos bronceadas cubren todo mi pecho, acariciando mis senos blancos. Sus labios están en mi hombro, sus ojos cerrados, y solo mirar hacia su rostro ya me deja completamente necesitada. Oh Dios.


—¡Ah! —Inclino la cabeza hacia atrás contra su pecho, empujando mis senos en sus manos.


—Me dejaste loco viéndote en todas aquellas posiciones, pequeña. No sé cómo conseguí controlar mi erección.


Suspiro y le sonrío en el espejo. Desliza las manos al lado de mi cuerpo, trazando mi tatuaje por encima de mi cadera, pasando mi nalga y encontrando mi centro.


—Joder, cariño, estás tan mojada para mí…


Sus labios están en mi cuello, mordiendo, provocando escalofríos en mi espina dorsal.


De repente, jala mis caderas hacia atrás, cuando estoy curvada, mis manos apoyadas en la barra, me da una palmada fuerte en el trasero, antes de meter su pene dentro de mí.


—¡Oh Dios! —Agarra mi cabello con una mano y mi caderas con la otra y empuja hacia dentro, más rápido y más rápido, cada vez más, sus ojos tempestuosos fijos en los míos en el espejo. ¡Joder, esto es tan bueno! Empujo de vuelta contra él y siento el orgasmo rasgar a través de mí, rápido, duro, y exploto alrededor de él. Empuja unas dos veces más y se estremece con su propia liberación.



***


Cuando dejamos el estudio de yoga, recibo un mensaje de Juana.


¿Cena de cumpleaños en la casa de mis padres mañana en la noche? Trae a Pedro.


Frunzo el ceño. ¿Cómo lo voy a llevar a eso?


—¿Que va mal? —Abre la puerta de su auto y se inclina para besarme antes de sentarse delante del volante.


—No hay nada de malo.


Levanta una ceja y me retuerzo.


—Habla conmigo, bebé.


—Los padres de Juana nos invitaron a cenar en la casa de ellos mañana en la noche.


—¿Ah? ¿Cuál es el motivo? —Enciende el auto y sale del estacionamiento, en dirección a su casa.


—Mi cumpleaños —susurro y me muerdo el labio.


—¿Qué? —Me mira, los ojos abiertos, enseguida vuelve a mirar a la calle.


—Bueno, la verdad es que es el sábado, pero ellos quieren celebran mi cumpleaños con una cena, mañana en la noche. —Tuerzo mis dedos en mi regazo y miro hacia abajo. Esto es incómodo.


—¿Ellos te consideran como de su familia?


—Sí, ellos prácticamente me adoran, después de que mis padres fallecieron. —Esto es mucho más fácil de decir—. Sus padres son demasiado. Ella tiene cuatro hermanos mayores. Isaac, que es el mayor, y su esposa acaba de tener un bebé. Todavía no lo conozco.


—Entonces va a ser una cosa de familia. —Oh, ¿qué es lo que está pensando? No parece molesto, pero no parece satisfecho.


—Sí. ¿Vas conmigo?


—Claro. Parece divertido. Pero ¿cuando me ibas a contar que tu cumpleaños es este fin de semana?


Oh. Me encojo de hombros.


—No había pensado sobre eso, honestamente. No le doy mucha importancia.


—Tal vez le dés importancia a esto. —Su voz es engañosamente suave.


—No te molestes —susurro—. Me sentiría estúpida diciendo: «Entonces, vamos para el yoga, y, a propósito, mi cumpleaños es el sábado».


—No, eso habría sido útil.


Se detiene en la puerta de mi casa, para que pueda trabajar. Abre el maletero para tomar el vestido de Juana y mis zapatos.


—Entonces, creo que ¿tenemos un encuentro para una cena mañana en la noche?


—Sí, lo tenemos. —Me abraza fuerte—. Gracias. ¿Tienes mucho trabajo hoy? — pregunto, tratando de distraerlo.


—Sí, un poco. ¿Y tú?


—Tengo dos sesiones de fotos, y tengo que llevar el vestido de Juana a la lavandería.


Frunce el ceño profundamente.


—¿El vestido de Juana?


Mierda.


—Sí, me lo prestó.


—¿Por qué?


—Porque no tenía más ropa formal. —Me encojo de hombros—. No es gran cosa.


—No quiero que pidas ropa prestada. —Aprieta los ojos y coloca las manos en las caderas.


Pedro, esto es lo que las chicas hacen. Tomamos ropa prestada de la otra. No es nada grave.


—Te voy a llevar a hacer compras, por tu cumpleaños.


—No. —Niego con la cabeza enfáticamente y camino en dirección a la casa.


—¿Por qué no?


—No necesitas comprarme ropa. Puedo pagar tres mil dólares en unos zapatos sin pestañear,Pedro. No te necesito para que me pagues ropa.


—No dije que necesitabas de mí para pagarlas. Soy tu novio, ¡por Dios! Eso es lo que nosotros hacemos. Déjame consentirte.


—Me consientes. —Sonrío, cuando recuerdo las flores, el café en la cama, la cena de la noche pasada—. Me consientes de todas las maneras que realmente importan.


—Pau, soy muy rico. Me puedo dar el lujo de gastar el dinero contigo.


—Yo también. —Cruzo los brazos sobre el pecho.


—¡Eres tan jodidamente terca! —Niega con la cabeza y pasa la mano por el cabello, frustrado, no puedo evitar encontrar la situación divertida.


—¿Te estás riendo?


—Más o menos. Eres divertido cuando estás molesto conmigo.


Ríe y mira al techo.


—Dios eres tan frustrante.


—Lo sé. Pero te amo.


Sus ojos se suavizan y me atrae hacia sus brazos.


—Yo también te amo.


Me inclino y lo beso dulcemente en los labios, enseguida, en la comisura de su boca.


—Estoy hablando en serio, bebé. Toma mi tarjeta de crédito, toma a Juana y ve de compras. Me hace feliz, compra cosas hermosas para ti y Juana, por tu cumpleaños.


Abro mi boca para hablar, pero Juana abre la puerta de la cocina.


—Está bien, no tienes que pedirlo dos veces. Gracias. —Le guiña un ojo y sonríe.


—¡Oye! No es posible. No voy a hacer eso.


—¿Juana, tienes planes mañana, antes de la cena en casa de tus padres?


Pedro está hablando con ella, pero mirándome, su barbilla apretada. Sé que no voy a ganar esta lucha.


—Nada, estoy con la agenda completamente libre. —Sonríe.


—Excelente. Por favor, ¿llevas a mi novia de compras? Y coloca el spa en la lista también.


¿El spa también? Mi boca cae abierta.


—¡Será un honor y un placer, oh generoso novio!


Juana se ríe y Pedro se une a ella, y todo lo que puedo hacer es mirarlos a ambos, que me ignoran completamente.


—¡Mierda, gente! ¡Estoy aquí!


—Lo sé cariño, solo estoy planeando algo especial para tu cumpleaños. —Abre una sonrisa de lobo y me encara, no sé si quiero golpearlo o besarlo.


—Me gusta tu novio, Pau. —Juana me sonríe dulcemente y sé que estoy preparada.


—Está bien —murmuro.


—Tu entusiasmo es inspirador. —Los ojos de Pedro brillan de diversión.


—Vamos al spa, pero nada de compras. —Espero realmente que acepte mi propuesta, pero puedo ver por el músculo saltando en su mandíbula, que no habrá discusión.


—Vamos a ir de compras. Compra lo que quieras. No hay límite en la tarjeta.


Niego con la cabeza.


—Hablando de testarudos…


Se encoje de hombros y me besa fuerte, entonces se aparta bruscamente, dejándome fuera de lugar.


—¿Vienes a mi casa cuando las sesiones terminen?


—Sí, te mando un mensaje cuando acabe. —Suspiro, aceptando mi destino de mañana. Sé que Juana va a hacer seguir todas las instrucciones de Pedro. Traidora.


—Excelente. Te veo más tarde. —Me besa otra vez y descansa su frente en la mía.


—Te amo, hermosa.


Y, así, mi mundo es correcto nuevamente, y en este momento haría cualquier cosa que pidiera.


—Yo también te amo, hombre mandón.



CAPITULO 35




Pedro está en su lugar preferido, con la cabeza descansando entre mis senos, sus brazos abrazando mis caderas, y nuestra respiración está comenzando a desacelerarse.


No puedo creer que tuve que esperar veinticinco años para que un hombre verdaderamente hiciera el amor dulce y tiernamente conmigo. Bueno, veintiséis años el próximo sábado. Tampoco puedo creer, que simplemente hayamos dejado salir la palabra "A".


Espero que eso no sea solo del calor del momento, por causa de nuestra noche romántica. Pero mientras miraba dentro de sus ojos, cuando dijo aquellas dos palabras, sé que quiso decir eso. Aunque nos conocemos hace tan poco tiempo, y todavía hay mucho que aprender. También sé que mi corazón nunca estuvo tan lleno de amor, y nunca conocí un hombre de esa especie, inteligente y dulce como él es. Me siento segura con él, y principalmente me siento hermosa y querida.Sí, tiene un lado celoso, pero ¿no lo tenemos todos?


—No pienses tanto sobre eso, bebé.


Miro hacia abajo y frunzo el ceño.


—¿Pensar en qué?


—Escucho las ruedas girando en tu linda cabeza. —Besa mis senos, y rueda a un lado, quedando delante de mí, apoyando su cabeza en su codo.


—No estoy pensando.


—No eres una buena mentirosa. —Se inclina, besa mi nariz y acaricia un mechón del cabello en mi rostro.


—Necesito quitarme el collar. —Me siento y le doy la espalda, sintiendo sus dedos en mi piel, abriendo el cierre.


—¿Por qué? —Mira el collar sobre la mesita de noche y vuelve a la cama.


—No quiero que las perlas se enganchen en algo y se rompan en medio de la noche.—Suspiro y deslizo mis manos por su cadera.


—No estaba hablando sobre eso, ya sabes.


Sonrío y me estiro perezosamente.


—Lo sé.


—¿A qué hora tenemos que levantarnos mañana? —Estoy aliviada por cambiar de tema. Tengo mucho en que pensar.


—Mi clase es a las nueve.


—Entonces es mejor dormir un poco.


—No voy a dormir con estos zapatos.


Se ríe y se sienta, deslizando cada zapato fuera de mis pies y colocándolos suavemente en el suelo. Entonces, suelta mis medias de liga, bajándolas por mis piernas.


—Tienes hermosas piernas, bebé. —Las besa, y después tira las ligas, reuniéndolas en el suelo. Gatea de vuelta a mi lado y nos cubre con el edredón, empujándome hacia sus brazos. Descaso mi cabeza en su pecho y suspiro, sintiendo sus labios en mi cabeza.


—Ve a dormir, hermosa.


—Buenas noches —murmuro y caigo en un sueño exhausto.



***


Me despierto de repente y me acerco a Pedro, pero él no está ahí. La cama está fría y vacía.


¿A dónde fue? Me pongo la camisa blanca que él usó en la cena, y dejo el cuarto.


No está en el ático, entonces bajo. Está oscuro todavía. No lo veo en la sala o en la cocina. Me estoy empezando a asustar cuando veo un movimiento en la terraza.


Voy por la oscuridad hasta la puerta abierta. Está de pie en la barandilla, iluminado por la luna. Está usando pantalones de pijama oscuros, que caen sobre sus sensuales caderas, y está sin camisa.


Está con los codos apoyados en el parapeto, mirando el agua azul oscura. Voy por detrás de él y beso su espalda, envolviendo mis brazos en su cuerpo. Amo sujetarlo así.


—¿Te desperté? —susurra.


—No, me desperté porque saliste. —Lo beso nuevamente—. ¿Estás bien?


—Estoy bien, solo que no podía dormir —se gira e inclina sus caderas en la barandilla, envolviéndome en sus brazos. Su rostro bañado por la luna, sus ojos fijos en los míos.


—¿Cómo estás?


—Exhausta. Vuelve a la cama.


—Sí —susurra y besa mi cabeza—. Veo que tomaste prestada mi camisa de nuevo.


—Es un pésimo hábito mío.


—Está bien, me la puedes devolver allá. —Me carga, y río, mientras me lleva de vuelta al cuarto.


CAPITULO 34



Miro entumecida hacia la caja azul, atada con un lazo blanco perfecto.


—¿Qué es esto?


—Para ti —murmura y aprieta mi mano. Mis ojos encuentran los suyos y no sé qué decir.


—No deberías haber hecho esto —mi voz es un susurro.


—No lo has abierto todavía —responde secamente, pero sus ojos están atentos.


Tengo certeza de que esta no era la respuesta que él estaba esperando. No quiero herir sus sentimientos. Agarra la caja y me la pasa—. Ábrelo, bebé.


Abro la cinta y debajo de ella hay una nota.


Me hacen recordarte. Simplemente hermosa.


—Oh Dios mío, Pedro.


Sonrío para él, y veo sus hombros relajarse un poco con mi sonrisa.


Está sentado al frente, inclinándose sobre la mesa, esperando con expectativa a que abra la caja. Levanto la tapa y suspiro.


Envuelta en raso azul de Tiffany, hay un fino collar de perlas. 


Tiene un cierre de platino, y las perlas son blancas lechosas, con un brillo que casi refleja al arcoíris con las luces brillantes alrededor de nosotros. Las levanto fuera de la caja, y son lisas y frías al toque.


Pedro, son fabulosas.


—Aquí. —Levanta con gracia su delgado cuerpo de la silla y viene para quedar detrás de mí, tomando el hermoso collar de perlas de mis manos, extendiéndolas.


Lo coloca en mi cuello, y mis dedos las tocan inmediatamente, cuando lo cierra en él.


Van apenas hasta mi clavícula. Se inclina y me besa suavemente en la mejilla, me ofrece su mano, cuando Norah Jones comienza a cantar.


—Baila conmigo. —Sus ojos azules están brillando de felicidad, y estoy tan enamorada, tan apegada a él, que simplemente no consigo resistirme.


—Sería un placer —me acerca hacia sus brazos y comienza a bailar conmigo alrededor del patio—. Gracias por el hermoso collar —le susurro.


—Fue un placer, linda. Quedan perfectas en ti —me balancea hacia delante y hacia atrás al ritmo de la música, y después se inclina y coloca sus labios suavemente en los míos.


—Eres bueno en esto.


Me sonríe.


—El estudio me hizo tomar clases.


—Lo apruebo.


—Estoy feliz de escuchar eso. —Cuando la música termina, me atrae más cerca contra su pecho y envuelve sus brazos alrededor de mí, plantando sus labios suavemente en mi frente.


—Ven a casa conmigo esta noche.


—¿Prefieres ir para tu casa hoy en la noche?


—Sí. Te quiero en mi cama.


Sonrío y paso mis dedos por sus cabellos rubios suaves, y encaro su bello rostro. Sus ojos son muy azules, su barbilla sin afeitar. Nunca amé tanto a alguien.


—Está bien. Voy a necesitar algunas cosas de mi casa.


Sus dedos trazan mi piel, luego abajo de las perlas y un escalofrío corre por mi espina dorsal.


—Juana ya se hizo cargo de todo.


Levanto una ceja.


—Estabas seguro de que diría que sí.


—Solo estaba esperanzado, bebé. —Besa mi frente nuevamente, y agarra mi rostro en sus manos. Sus labios encuentran mi nariz, mi rostro y después se posan suavemente en mis labios. Es uno de sus besos especiales, y suspiro, cuando mi estómago se aprieta.


—Llévame a casa —susurro contra sus labios y parpadea, ardiendo de deseo. Me lleva de vuelta para la mesa y veo que nuestras cosas fueron reunidas y, probablemente, llevadas hacia el auto. Un camarero aparece con mi abrigo y bolso Pedro pega su mano en la curva de mi codo y me acompaña de vuelta al auto, deslizándose por el asiento de cuero detrás de mí.


Dentro del auto, hay una nueva botella de champagne y otra rosa roja.


—¿Qué hay contigo y las rosas rojas?


—¿No te gustan? —Su voz está preocupada, y arruga su frente.


—No, las amo. Solo me estás consintiendo. —Entierro mi nariz en la flor y lo encaro a través de mis pestañas.


—Estás muy bonita ahora, con las perlas, vestida negro y la rosa roja presionada en tu rostro —pasa el dedo por mi rostro y suspiro.


—Gracias.


—Ven aquí. —Me levanta sin esfuerzo hacia su regazo y me recuesto en él, enterrando mi rostro en su cuello.


—Esta noche fue la más mágica de mi vida, Pedro.


Siento su sonrisa cuando besa mi frente.


—La mía también.



***


—Despierta, bebé, estamos en casa. —Pedro besa mi cabeza y acaricia mi mejilla con sus dedos.


—Discúlpame, me quedé dormida. —Me siento y noto que todavía estoy sujetando la rosa.


—Amo sujetarte mientras duermes, nena. Vamos, entremos. —El chófer abre la puerta de Pedro y sale, tomándome de la mano y conduciéndome fuera del auto. Él le agradece al chófer y me acompaña hacia la casa.


Mis pies comienzan a sentir los efectos de mis fantásticos zapatos, pero no quiero quitármelos todavía. Pedro me quita la chaqueta de los hombros, deslizando sus dedos por mi piel y haciendo que mi libido se despierte.


—¿Te duelen los pies? —es siempre tan consciente de cómo me siento, y eso me hace sonreír.


—Un poco, pero estoy bien.


Se inclina, me toma en sus brazos y me lleva hasta su cuarto.


—Realmente te gusta cargarme —murmuro y beso su mejilla.


—Es por razones puramente egoístas.


—¿Eh? ¿Y cuáles son esas razones? —Beso su rostro nuevamente. Amo la forma en cómo me siento con su piel contra mi rostro.


—Bueno. Uno: Me gusta tenerte en mis brazos. Y dos: No quiero que te quites esos zapatos todavía.


Me lleva hacia el cuarto y me coloca sobre mis pies. Da vuelta a un interruptor en la pared y el cuarto se ilumina levemente, jugando sombras suaves en todo el entorno.


—Déjame ayudarte con el vestido.


Me volteo, y besa mi hombro, mientras baja la cremallera en la espalda y desliza las mangas por mis brazos. El vestido cae a mis pies. Toma mi mano, para salir del vestido. Suspira dando un paso para tras, sin tocarme, y nunca me sentí tan bonita.


Sus ojos brillan con adoración y deseo, deslizándose desde mi cabello y el collar de perlas, hasta mis senos, mantenidos firmemente en su lugar por un sujetador sin tirantes de encaje negro que caía. Baja su mirada sobre mi braguita de encaje negra,mi liga, medias y matadores zapatos rojos. Sí, sé que debo estar increíble ahora, y me siento poderosa, sexy, y es el mejor sentimiento del mundo.


No me muevo en su dirección, me quedo parada, dejando que me saboree con los ojos. Lentamente levanto mis manos y suelto mi cabello, dejándolo caer sobre mis hombros, los ganchos cayendo al suelo.


—Esta es una fantasía que tenía, volviéndose realidad, Paula —Traga en seco y flexiona las manos en puños, y sé que está muriendo por tocarme. Sonrío suavemente, no queriendo romper este hechizo. Llevo la mano atrás de mí, para soltar mi sujetador y lo dejo caer junto a mi vestido en el suelo, liberando mis senos.


Mis pezones están duros, sobre su mirada hambrienta.


—¿Qué quieres que haga ahora? —susurro.


Sus ojos se concentran en los míos, un poco vidriosos como si estuviera intoxicado, pero sé que no es del vino que tomó esta noche. Cierra los ojos un segundo, y entonces comienza a tirar sus ropas, dejándolas caer en el suelo.


De repente, está de pie delante de mí, desnudo.


—Casi tengo miedo de tocarte —susurra.


—¿Por qué? —Inclino mi cabeza a un lado, confundida. ¡Tócame! Por favor, por el amor de todo lo que es sagrado, ¡tócame!


—Tengo miedo de que no seas real. —Y viendo la vulnerabilidad en sus ojos, voy hasta él, llevando mis manos a su pecho, sobre sus hombros y en su cabello. Sus ojos azules están fijos en los míos y sonrío tiernamente.


—Soy real, y soy tuya. —Me pongo de puntillas y le doy un beso. Se estremece, expirando profundamente. Baja sus manos a mi trasero y me levanta envolviendo mis piernas alrededor de su cintura, y nos lleva hacia su cama. Pero no me suelta, me sujeta firme en sus brazos increíblemente fuertes, y me baja hasta la cama suavemente, sin retirar los labios de los míos.


Me besa locamente, vorazmente, colocando mi rostro en sus manos, mientras se cierne sobre mí, apoyándose en los codos. Mis manos bajan hacia su espalda y su trasero, y de vuelta hacia sus hombros. Su erección está contra mi braguita mojada, y ahora frota sus caderas hacia el frente y hacia atrás, enviando rayos de electricidad en mi cuerpo.


—Dios, estaba fantaseando sobre esto desde el día en que te conocí —murmura, mientras lleva su boca hasta mi cuello.


—¿Sobre qué?


—Tú, las perlas y estos zapatos, debajo de mí.


—¿Y es igual a como lo soñaste? —Suspiro, cuando se frota contra mí nuevamente, y aprieto mis piernas alrededor de sus caderas.


Sonríe contra mi cuello.


—Mejor de lo que jamás imaginé posible.


Frota su nariz a lo largo de mis perlas.


—Estás magnífica con ellas.


—Las amé. Gracias.


Se inclina en los codos y me fija con aquellos ojos brillantes azules. Acaricia mis mejillas con sus pulgares y corro mis dedos por su cabello.


—¿Qué pasa? —pregunto, deleitándome con la manera intensa en que me está mirando.


Te amo.


Las palabras son fuertes, firmes, sin excitación, y su mirada intensa nunca vacila, y sé que está hablando exactamente de lo que está sintiendo. Mi corazón salta un latido, y lágrimas se deslizan de mis ojos, cierro su rostro precioso con mis manos, mientras miro hacia mi increíble hombre.


—También te amo. —Enjuga mis lágrimas con las puntas de los dedos, y enseguida se inclina y besa mis párpados.


—No llores, bebé. —Sus labios rozan levemente mi mejilla y vuelven a mis labios nuevamente, estoy completamente entregada a él.


—Haz el amor conmigo, por favor. —Lo quiero más que cualquier cosa en la vida. Quiero sentirlo, quiero ver la pasión en su rostro, cuando estalle dentro de mí. Él sonríe con ternura, se sienta y empuja mis braguitas con sus pulgares. Levanto las caderas, para que las pueda deslizarlas por mis piernas hacia abajo. Vuelve encima de mí, pasando la mano en mi pierna, a lo largo de mi media, y frotando levemente los dedos sobre mi piel, donde termina la media. 


Es delicioso.


Su talentosa mano se mueve entre mis piernas y desliza dos dedos dentro de mí, su pulgar haciendo estragos en mi clítoris y me inclino hacia arriba en la cama.


Oh Dios, eso está tan bien.


—Siente, bebé.


Oh, lo siento. Mis caderas giran, mientras sus dedos empujan dentro y fuera de mí en un ritmo sensual. Se inclina y me besa, su lengua invadiendo mi boca con el mismo ritmo de sus dedos. Luego que siento mi cuerpo acelerarse, y que comienzan los escalofríos, los saca de mí.


—¡No!


Me sonríe y rápidamente me llena, enterrándose profundamente.


—Oh, sí.


—¿Mejor? —Sus ojos queman los míos y se comienza a mover, superándome con las sensaciones. Mi cuerpo está en llamas, mi corazón tan lleno de amor por este hermoso hombre. No consigo encontrar mi voz, entonces simplemente concuerdo con mi cabeza, agarrando su trasero apretado, y empujándolo hacia mí.


—Oh nena, estás tan estrecha. —Contraigo la mandíbula y aprieto mis músculos más íntimos, sabiendo que está cerca de correrse, y voy con él.


—Córrete conmigo, mi amor. —Sus ojos se abren y después se cierran de nuevo, cuando se estremece dentro mío, mi cuerpo lo acompaña, apretando a su alrededor, pulsando con la necesidad.


—¡Oh Paula, sí!