martes, 23 de diciembre de 2014
CAPITULO 31
-Despierta, bebé. —Pedro está acariciando mi cabello
delicadamente y besando mi frente. Yo quiero que se vaya para poder hundirme en la almohada y volver a dormir. ¡Es demasiado temprano!
—No.
—Vamos, querida, abre esos lindo ojos verdes.
—No quiero.
Él se ríe y besa mi mejilla.
—Vamos nena, ya es la hora, ¡despierta! Es hora de prepararse para ir al gimnasio.
Giro para mi lado y abro un ojo, mirándolo, vacilante.
—Tú me odias.
—No, cariño, exactamente lo opuesto. Vamos, vamos, levántate. —Desliza sus labios sobre mi mejilla y luego en mis labios y suspiro.
—Vamos a quedarnos aquí y estar calentitos y preparados, bonito.
—Oh, no, tú no. Vamos, levántate. —Me golpea el trasero y se aleja de mí.
¡Él ya está vestido!
—Oh Jesús, eres una persona madrugadora. Eso puede cambiar todo. —Me siento y desperezo, mirándolo con cautela.
—¿Ya vas a prescindir de mí? —sonríe divertido.
—Estoy pensándolo. —Froto mis manos en mi rostro y siento el aroma al café.
—¿Ese aroma que siento es a café?
Pedro toma una taza de la mesa y bebe un poco.
—Traje esto para ti, pero como estás prescindiendo de mí, voy a tomarlo yo.
Salto fuera de la cama y corro para sacarle la taza de la mano.
—¡Mío!
—¡Ah, ah, ah! —Él la quita de mi alcance—. Me has herido.
Su sonrisa lo traiciona pero salto junto a él jugando este juego.
—Lo siento mucho. ¿Puedo tomar ese café?
Me muerdo mi labio y lo miro inocentemente a través de mis pestañas. Él aprieta los labios y mueve la cabeza de un lado a otro como si considerase mi pedido.
—Bueno, tal vez. Si me besas.
Frunzo las cejas y levanto mi rostro hacia el de él, besándolo en la mejilla, con un ruidoso beso.
—¿Ahora? —le pregunto.
—Ah, creo que puedes hacerlo mejor que eso. Este es realmente un delicioso café. —Toma un sorbo y se mueve rápidamente lejos de mí cuando salto en su dirección nuevamente. Cambio mi táctica y deslizo mi mano hasta su short y agarro su creciente erección con mi mano, moviéndola para arriba y para abajo.
—¿Ahora?
Sus ojos se dilatan y sonríe maliciosamente.
—Amo la manera como piensas, bebé.
Me entrega la taza y lo suelto, caminando en dirección al baño.
—¡Hey!
—Voy a dejarte caliente e incómodo en el gimnasio, no aquí. —Lanzo una mirada sobre mi hombro y cierro la puerta detrás de mí, mientras Pedro se ríe.
—Cariño —grita a través de la puerta—. Tú me dejas caliente e incómodo en todos los lugares.
El gimnasio de Pedro es pequeño y en un lugar apartado, lo que no debería sorprenderme.
Es un lugar donde él no sea reconocido y me gusta el gimnasio, un lugar con el sonido del rock retumbando por los parlantes del equipo de sonido y sin lujos.
Ningún bar de vitaminas, ninguna chica con sinuosas curvas con poca ropa. Las personas vienen aquí a entrenar, no para ser vistas.
Es tan discreto.
—¿Por dónde quieres comenzar? —me pregunta cuando estoy parada en la puerta.
—¿No vamos a entrenar con tu personal trainer? —Estoy aliviada de que solamente tenga que venir hoy al gimnasio con él. Me siento confiada lo suficiente para entrenar con un personal. Sé que soy fuerte y tonificada, a pesar de mis curvas, pero no me gustan los extraños tocándome o mirando mi cuerpo.
—Sólo nosotros dos, bebé.
—Ok, creo que voy a correr un poco.
—Parece buena idea—Me lleva a una hilera de cintas de correr y escogemos dos aparatos al final, uno al lado del otro.
—Traje mi música. —Saco mi iPhone y mis auriculares de mi sostén y me los pongo en mis oídos.
—¿Qué más tienes ahí? —se ríe y me acerco a él. Amo su humor despreocupado de hoy. Se está divirtiendo y eso me hace relajar.
—Está bien, voy a ver las noticias. —Apunta para la TV plana al frente nuestro. Me muestra cómo encender y apagar la cinta, entonces inicia la de él y comienza a correr en un movimiento constante. Mi boca queda seca. Dulce Madre de Dios, este hombre es increíble. Él corre sin esfuerzo y tengo que esforzarme para no mirarlo antes que me distraiga completamente.
Pongo música, hoy es Lady Gaga, e inicio mi rutina acompañada de la música.
Siempre me gustó correr pero parece que nunca encuentro el tiempo. Miro el tablero de la cinta a mi frente y despejo mi mente, escuchando a Lady Gaga cantar sobre un mal romance. En pocos minutos encuentro mi ritmo y sonrío cuando Kelly Clarkson canta sobre ser más fuerte. Sí, me podría acostumbrar a esto.
Antes que me dé cuenta, pasaron treinta minutos y casi cinco kilómetros, y estoy sudando como loca. Disminuyo la velocidad y camino durante cinco minutos, luego detengo la cinta para beber agua. Miro a mi derecha donde estaba Pedro, pero él desapareció.
Con una mueca en mi cara, miro por todo el gimnasio buscándolo. No lo veo enseguida, entonces tomo mi toalla, guardo mi teléfono en mi sostén y camino hacia las pesas.
—¿Puedo ayudarte en algo? —Me vuelvo cuando oigo una voz profunda y entonces sonrío.
—¡Gabriel! ¿Cómo estás?
—Bien.
Él me da una palmada en el hombro, sosteniéndome por algunos segundos más de lo que sería educado y me sonríe ampliamente.
—Nunca te he visto antes por acá. ¿Pensando en entrenar aquí?
—Oh, vine con alguien hoy.
—Que bien. ¿Puedo alcanzarte un poco de agua o una toalla?
—Tú entrenas aquí —murmuro secamente.
—Oh, sí, entreno aquí. Puedo mostrarte cómo usar algunas pesas si quieres.
—Eso no será necesario. —Gabriel y yo volteamos juntos al oír la fría voz de Pedro.
—Hola. —Gabriel sonríe a Pedro y le da un apretón de mano—. No me presenté ayer. Soy Gabriel.
Pedro aprieta su mano y le da una sonrisa que no se refleja en la mirada.
—Pedro.
Los ojos de Gabriel se agrandan por la sorpresa.
—Joder, eres Pedro Alfonso.
La sonrisa de Pedro no vacila.
—Sí, soy yo.
—Bueno, hum… —Gabriel me da una mirada interrogadora y sonríe a Pedro—. Fue un placer conocerte. Te veo más tarde, Paula —Me saluda con un movimiento de su mano y desaparece entre las pesas.
—Entonces parece que Gabriel es más que un amigo de un amigo. —Pedro gira hacia mí, sus ojos están distantes y fríos. Mierda.
—No, eso es exactamente lo que él es.
—Él no te mira de esa manera.
—¿Cómo es que me mira? —Encaro a Pedro, mis brazos cruzados en mi pecho.
—Estaba coqueteando descaradamente contigo.
Muevo la cabeza con firmeza.
—Él es solo un hombre seductor, Pedro. Estaba siendo amigable conmigo. Y yo estaba buscándote.
—Recibí una llamada. Tengo que irme ahora, lo siento mucho. Debo correr para casa y hacer un trabajo.
—Ok, vámonos.
—¿Tienes que trabajar hoy? —Él abre la puerta del auto para mí y me deslizo dentro.
—No —respondo mientras él ya está sentado al volante—. Tengo el día libre.
—Puedes venir a casa conmigo. — ¿Cómo puede ir de irritado y celoso a dulce y tranquilo?
—Está bien, sólo llévame a casa.
—¿Estás enojada conmigo? —su voz es suave y no puedo mirar su cara.
—Sí. ¿Siempre vas a reaccionar de forma exagerada cuando un hombre hable conmigo?
—Él puso las manos en ti dos veces en dos días, Paula. No estaba solamente hablando contigo.
—Pero yo no hice nada malo.
—Él quiere sexo y tú no has hecho nada para disuadirlo
—Pedro, soy más que capaz de decir que no. Confía en mí, es todo lo que dije toda mi vida adulta. ¡Hasta que apareciste tú! —mi voz aumentaba con mi frustración.
¿Será que no ve lo loca que estoy por él? ¿Qué no quiero a nadie más?
—Nunca voy a estar tranquilo con otro hombre con sus manos sobre ti. Acostúmbrate a eso. —Su voz es alta y sus ojos están fríos. Se detiene al frente de mi casa y yo desciendo sin esperar que me abra la puerta. Él salta fuera del auto y me sigue hasta el porche delantero.
—Vete a casa, Pedro. Ve a trabajar. —Meto la llave en la cerradura, su mano cubre la mía y no puedo girarla.
—Paula, no te pongas mal conmigo.
—¿Qué no me ponga mal? Puedo ser tu novia pero no soy de tu propiedad.
—Nunca dije que lo fueras. —Da un paso hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
—Gabriel es solo un seductor. Confía en mí, nunca va a pasar algo entre nosotros.
Su mirada se enfría cuando nombro a Gabriel y quiero besarlo para calmarlo y sacar toda esta angustia fuera de él, por ser tan celoso y ciego. Respiro hondo y decido cambiar de táctica.
—¿Recuerdas ayer al comparar a Gabriel y yo juntos en la cama, sacando fotos en el estudio, contigo en la pantalla en una escena de amor?
—Sí. —Se pasa la mano por su cabello y parece completamente frustrado.
—¿Yo debería ponerme celosa cada vez que una fan enloquece por ti? Todas quieren sexo contigo. Todas. Ellas fantasean con follar contigo y conquistarte para que seas su novio. Confía en mí, esas chicas pasan más tiempo pensando en ti de lo que me puedo imaginar.
Comienza a hablar pero enseguida cierra la boca y mueve la cabeza.
—No te atrevas a decir que no es la misma cosa. La pasión es pasión. Gabriel tiene tanta oportunidad de entrar en mis bragas como cualquiera de esas patéticas mujeres la tienen de entrar en tus boxers.
Él suspira fuerte.
—Bien, creo que puedo ver ese punto.
—Ve a trabajar. Necesito tomar una ducha.
—¿Aún estás enojada conmigo? —Acorta la distancia entre nosotros y aprieta mi mano en la suya con fuerza.
—Un poco. En un rato se me olvida… Vete a trabajar y me llamas más tarde.
—Ok. —Se inclina y me besa suavemente en los labios, entonces sujeta mi cabello y me empuja hacia él besándome profundamente, como si estuviese pidiendo disculpas con su beso y me derrito contra él.
—Tú me pones loca —murmuro en sus labios.
—Ídem, bebé. Te llamo más tarde.
Me deja en el porche y entra en su auto. Sonríe y siento el placer recorrer mi cuerpo. Me enamoré de un hombre lindo, sexy, dulce, celoso y con una dosis excesiva de control. Mierda.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario